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8 octubre, 2018

Josephine, joven y madre refugiada en Uganda que sueña con la paz en Sudán del Sur

Un asentamiento de refugiados es de los pocos lugares en el mundo en el que casi todos los días parecen iguales porque no hay mucho que hacer. En el campo de Palabek, a 45 kilómetros de la frontera de Sudán del Sur, más de 32.000 personas, todas sursudanesas y casi el 90% mujeres y niños, anhelan la paz en el país del que se vieron obligados a huir por la violencia. El tiempo pasa despacio en un espacio preparado para albergar a más de 100.000 personas, así que la esperanza, en forma de educación, es la mejor terapia contra el aburrimiento para quienes sueñan con un futuro mejor.

Josephine tiene 26 años y llegó a Palabek hace casi año y medio. Huyó de la guerra cuando su aldea, cerca de la frontera, fue asaltada y los disparos indiscriminados hicieron temer por su vida y, especialmente, la de sus tres hijos, de 8, 6 y 3 años, respectivamente. Palabek es el único asentamiento de refugiados abierto ahora mismo en Uganda. El resto, casi una veintena, está saturado por casi 1,4 millones de refugiados, la mayoría sursudaneses, que acoge el país.

La historia se repite casi con las mismas palabras en la mayoría de los refugiados que llegan: huir de noche, con lo puesto, sin tiempo para recoger lo básico, por el monte y por veredas para no ser descubiertos, andar durante varios días sin comida ni agua… hasta llegar a la frontera. Son médicos, profesores, policías, abogados, ingenieros… pero dentro del campo sólo son refugiados y al ser la mayoría mujeres, con la obligación, además, de sacar adelante a sus hijos con unos medios y condiciones siempre insuficientes.

Casi todos los refugiados que viven en Palabek comparten la ausencia de la figura paterna: “Lo mataron, desapareció, está combatiendo, no sabemos dónde está”, son las frases que describen esta situación. Confían que su estancia será por poco tiempo, pero para muchos de ellos no es la primera vez que viven en un asentamiento ni saben el tiempo que estarán allí.

Josephine representa una de las excepciones en Palabek, ya que la mayoría aspira a quedarse en Uganda: “Mi marido es profesor y trabaja en la capital de Sudán del Sur. Estamos en contacto y en cuanto la situación mejore allí quiero reunirme con él”.

Los Salesianos, que son la única organización de las 32 que trabajan en Palabek que vive dentro del asentamiento, conocieron a Josephine en una de las capillas que tienen repartidas por el asentamiento. “Al principio preparaba el porridge para los niños de la escuela infantil (una especie de papilla a base de avena y agua), y después me contrataron como cocinera”.

La madre y un hermano de Josephine viven con ella en una choza y cuidan de los pequeños cuando no están en la escuela. Como todas las familias que llegan a Palabek, además de su humilde vivienda tienen un pequeño huerto en una extensión de 30 metros cuadrados que complementa el reparto de comida que ofrece el Programa Mundial de Alimentos una vez al mes.

“Los Salesianos nos dan esperanza a través de la educación a nuestros hijos y de la formación que nos ofrece a nosotras. Es una manera de sentirnos útiles cuando pensamos en el futuro, en la paz de nuestro país y en poder regresar a nuestra casa”, finaliza Josephine.

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