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Ver todas las noticiasCarlos, el joven humilde que gracias a los Salesianos salvó su vida y encontró su vocación profesonal
La mayoría de los malgaches de Madagascar vive en suburbios de chabolas sin urbanizar. En la capital, muchas familias carecen de electricidad, saneamiento y agua corriente. Más de la mitad de la población en Madagascar vive por debajo del umbral de pobreza y es uno de los países más pobres del mundo. Muchos jóvenes tratan de sobrevivir en la calle con trabajos esporádicos y expuestos a las inclemencias meteorológicas. Por estos motivos, el servicio que ofrecen los misioneros salesianos en el Centro Notre Dame de Clairvaux resulta providencial. El caso de Carlos es otro ejemplo paradigmático del sufrimiento de los jóvenes y también del esperanzador y exitoso trabajo salesiano.
Cerca del aeropuerto internacional de Madagascar los misioneros salesianos dirigen el Centro Notre Dame de Clairvaux. En él residen más de un centenar de adolescentes y jóvenes de entre 12 y 22 años. Las instalaciones salesianas tienen un internado para menores huérfanos, en situación de riesgo o en situación de calle a los que los Salesianos ofrecen un apoyo integral (atención médica, alimentación, vestido, vivienda y educación).
El principal objetivo de los misioneros salesianos es ofrecer una oportunidad de futuro a cada uno de estos menores y jóvenes. Para ello cuentan con un marco estructurado y sólido, con programas de formación que responden a las capacidades de los jóvenes y a las necesidades de la sociedad malgache (mecánica de automóviles, herrería, agricultura, ganadería, carpintería y albañilería).
Carlos es el segundo de cuatro hijos. Nacido en una familia muy pobre, terminó su aprendizaje de mecánico soldador en julio pasado. Es un joven muy inteligente, gran bailarín, amable, siempre de buen humor, desinteresado y un referente para muchos de los chicos de Clairvaux.
Un hecho insignificante obligó a Carlos a huir de su padre para salvar la vida
Sin embargo, detrás de su sonrisa contagiosa se esconde un pasado extremadamente traumático. Puede parecer que lo ha superado en parte, aunque aún conserva las cicatrices, físicas y psíquicas… Todo comenzó en su aldea al suroeste de la isla, mientras cocinaba arroz. Carlos se distrajo y echó a perder la comida.
La cadena de hechos desatada por un hecho insignificante fue terrible. Su padre lo ató y comenzó a torturarlo para matarlo. Empezó por cortarle el cuero cabelludo con un cuchillo, pero Carlos logró escapar y, tras pedir ayuda a un sacerdote de la zona, fue llevado al centro salesiano de Clairvaux.
El padre acabó en prisión acusado por su mujer y la familia paterna juró venganza y matar al joven para limpiar la deshonra. Para Carlos, en la actualidad, regresar a su pueblo es imposible: ve a su madre y a sus tres hermanos una vez al año, porque los viajes son difíciles y sumamente costosos, y con el cabeza de familia en prisión, su madre lucha mucho para llegar a fin de mes.
Ahora, sin familia y lejos de su lugar de origen, Carlos trabaja en un taller mecánico en la capital, a la espera de que la situación se resuelva. La oración y la fe lo ayudan a mantener la calma y también su trabajo. Tiene un jefe comprensivo, que lo cuida y lo protege. Los misioneros salesianos también siguen pendientes de él, porque en Clairvaux encontró la llave para un futuro que le proporcionó esperanza y que ahora acaba de comenzar.