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7 noviembre, 2019

El asentamiento de Palabek llora la muerte de Eugene, el refugiado que acogió en su choza a los primeros misioneros

Tenía 77 años y el sueño de que la paz llegara a Sudán del Sur para poder regresar a casa. Representaba la excepción en el asentamiento de refugiados de Palabek, donde casi el 90% de las personas que allí viven son mujeres y niños. Había sido funcionario del Gobierno en Sudán del Sur y junto a su inseparable mujer, Agnes, fueron los primeros en llegar a Palabek. Era catequista, mediador en conflictos, guía espiritual y alguien muy respetado por todos. Un ictus hace más de un mes y una complicada operación posterior por un tumor en la cabeza fueron debilitando su vida hasta fallecer el pasado viernes. Sus restos ya descansan desde el lunes en su añorada Sudán del Sur.

A Eugene Obwoya no le importaba tener cinco hijos con un trabajo estable fuera del asentamiento, entre ellos una profesora en la Universidad en Juba, un administrativo en Kampala, la capital de Uganda, y un ingeniero de telecomunicaciones en China. Su sitio estaba en el asentamiento a pesar de que en su familia se lo rifaban para que tanto él como su mujer, Agnes, una maestra jubilada, dejaran esa vida llena de incomodidades y dificultades en Palabek y disfrutaran de sus últimos años de vida en paz.

Pero Eugene, ingeniero agrónomo durante toda su vida, siempre lo tuvo claro: “Es la tercera vez que vivo en un asentamiento de refugiados, y soñar con la paz en Sudán de Sur y con poder ayudar a mis compatriotas me mantiene con vida”, destacaba hace un año.

Él fue la persona por la que los misioneros salesianos empezaron a vivir en Palabek. En Sudán del Sur ya era catequista, y en el asentamiento dirigía las oraciones de los primeros refugiados bajo los árboles. Al llegar el primer misionero para ver el trabajo que hacían las ONG con los refugiados, Eugene le pidió que celebrara la misa y que regresara con asiduidad, y así, hasta que los primeros tres misioneros, el padre Uba entre ellos, se quedaron a vivir en su humilde choza.

Siempre dispuesto a ayudar, Eugene ofrecía una silla y un té para poder hablar tranquilamente junto a su ‘tukul’ (choza). “Llevo años jubilado y es verdad que en Sudán del Sur tenía un amplio terreno para cultivar, árboles frutales y maquinaria suficiente para alimentar a mi familia y vivir de forma desahogada”, recordaba siempre, “pero mi sitio ahora está aquí, ayudando en lo que puedo a los más jóvenes”.

Los domingos ejercía de monaguillo en las misas y siempre estaba atento para tenerlo todo organizado. Un día que le costó leer una de las lecturas fue el primer síntoma de que algo no iba bien en su salud. Hace ocho meses, cuando Misiones Salesianas y Jóvenes y Desarrollo rodábamos el documental ‘Palabek. Refugio de esperanza’, le entregamos una foto de las que le hicimos unos meses antes, durante el primer viaje. En ese momento nos enseñó su última idea: una pequeña granja de pollos para mitigar el hambre en el asentamiento y a la vez fomentar la economía local.

Desde el pasado viernes, Palabek llora la ausencia de Eugene, el hombre bueno al que todo el mundo conocía y pedía consejo. El lunes fue su multitudinario funeral en el asentamiento y después sus restos fueron trasladados a su aldea, en Sudán del Sur, la tierra a la que sólo quería regresar cuando hubiese paz.

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