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15 marzo, 2024

La pobreza y la necesidad de ayuda humanitaria urgente marcan los 13 años del inicio de la guerra en Siria

Las consecuencias de los terremotos del año pasado que afectaron a la región de Alepo, en el norte del país, han complicado más aún la desesperada situación de supervivencia de la población de siria. Hoy se cumplen 13 años del inicio de la guerra, un aniversario marcado por la tensión ante el reciente conflicto entre Israel y Gaza, que puede volver a hacer rebrotar la violencia interna en Siria. Los misioneros salesianos continúan infundiendo esperanza, convirtiendo sus espacios en “oasis de paz” y tratando de ayudar a menores, jóvenes y a sus familias con proyectos de desarrollo y atención de emergencia.

Aunque las bombas ya no caen sobre las principales ciudades de Siria y existe un alto el fuego no oficial, la guerra no ha terminado. El conflicto se ha trasladado a algunas zonas del desierto, pero la cercanía de la guerra entre Israel y Gaza, las consecuencias de los terremotos del pasado año, las sanciones económicas, la crisis económica y la devaluación de la moneda sitúan a Siria en una emergencia por pobreza y hambruna en la que más de 13 millones de personas necesitan ayuda urgente para poder vivir.  

El conflicto ha dejado hasta el momento más de medio millón de fallecidos, más de 2,1 millones de personas heridas y más de 13 millones de personas desplazadas -con al menos 6,6 millones refugiadas en otros países-. De los 17 millones de habitantes que tiene en la actualidad el país, 6,5 millones son menores que necesitan ayuda por las condiciones de pobreza de sus familias.

En Siria todas las familias lloran a algún ser querido fallecido durante los peores años de la guerra. “También en nuestros oratorios y centros juveniles hemos sufrido la muerte de menores, de animadores y de sus familias por las bombas sobre Damasco y Alepo”, recuerda Alejandro León, superior de los Salesianos en Oriente Medio.

Hay una generación de menores que sólo conoce lo que es vivir en una situación de guerra

La duda de los jóvenes en la actualidad se centra en si abandonar el país en busca de un futuro lejos de Siria o permanecer al lado de sus padres y esperar la paz para ayudar a la reconstrucción. “Ahora el dinero cada día que pasa vale menos y los precios y el paro aumentan. No hay combustible y sólo tenemos una o dos horas de electricidad al día. No perdemos la esperanza en la paz pero quedarnos significa la obligatoriedad de ocho años de servicio militar e ir a la guerra y casi nadie está dispuesto a eso”, explica George Warda, un joven voluntario en Alepo.

“Nos encontramos una generación de menores que sólo conoce la guerra y que si no estamos atentos se perderá por el aumento del consumo de drogas y la prostitución”, recalca el misionero salesiano. “No hay trabajo, no hay electricidad, el combustible es muy caro y el dinero no vale nada… la población vive desanimada”, aseguran los misioneros salesianos en Siria.

“Los adolescentes de nuestras obras salesianas se han educado en la cultura de la paz y en la esperanza: en ver siempre el vaso medio lleno. Sin embargo, muchos de ellos abiertamente dicen que el problema ahora es que el vaso se rompió y no ven futuro ni para ellos ni para sus familias”, continúa el salesiano. “La situación es tal que la mayoría de jóvenes estudia una carrera universitaria del ámbito de la salud o una ingeniería, no por vocación, sino porque saben que son las únicas que les pueden servir para salir adelante en otros países”, explica Mateo Colmenares, voluntario salesiano en Siria.

La población siria identifica lo que se vive en las casas salesianas en el país como “oasis de paz”

Por eso los misioneros salesianos continúan abriendo sus obras a cientos de niños, niñas, adolescentes y jóvenes para que encuentren en ellas “espacios de paz en los que olvidarse de los traumas de la guerra, de los problemas en casa, y disfruten con actividades sociorrecreativas acordes a sus edades”, recuerdan los salesianos.

En las casas salesianas de Alepo, Damasco y Kafroun se suceden los proyectos de emergencia, educativos y de desarrollo para ayudar a menores, jóvenes y a sus familias para que puedan mejorar sus condiciones de vida, reconstruir sus viviendas, poder comprar comida, medicinas, tener luz. “Pero también para que tengan un acompañamiento espiritual y formen parte de una gran familia en la que todos se ayudan entre sí porque viven las mismas condiciones de pobreza y necesidad, pero a la vez también de esperanza”, recalca Alejandro León.

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